A día de hoy, Artur Mas sabe que ha arruinado su partida. Aquella
manifestación el día de la Diada de 2012 reuniendo a lo que dicen que fue un
millón y medio de personas en Barcelona proclamando la independencia, ofuscó su
mente.
No toda la culpa es de él. Estaba jugando al Mus con unas
cartas muy malas, llevaba un ciego, ni pares ni juego, y sabía que su principal
adversario tampoco las tenía buenas. En Cataluña cuando se juega al mus no vale
mentir, ni antes ni después del corte, pero en el resto de España, se puede, y
el president lanzó un farol envidándolo todo. La grande, la chica, todo…
Cuando Artur Mas llegó al poder, la economía catalana
cargaba con un lastre importante: Una deuda que ya alcanzaba el 17,3% del PIB
de Cataluña. El gobierno tripartito, entre 2003 y 2008, había
aumentado la deuda de 10.900 millones de euros a 15.776 millones. El porcentaje
de deuda que encontraron cuando accedieron a la Generalitat del 7,4% del PIB,
aumentó un 50% en ese periodo. Aún peor, el cuestionamiento por parte del
gobierno central de Zapatero del alcance de la crisis, junto con los
compromisos de gasto contraídos por el tripartito durante las elecciones,
hicieron aumentar de nuevo esa deuda. Se disparó a 20.825 millones en un año, aumentando
aún más la que ya existía en 2008, y triplicando la que había dejado el
gobierno de Pujol, cuando por vez primera accedieron a la Generalitat en 2003.
Un lastre de deuda del 17,3% del PIB catalán en herencia para el nuevo gobierno
de Artur Mas.

Pero Artur Mas sabía que en la partida de Mus de España,
Cataluña suele jugar con buenas cartas. No son los catalanes malos jugadores.
Allí, como en casi toda España, se juega con
naipes Fournier. Es una región muy rica, de hecho, como nos dice
José Luis Feito, presidente del
Instituto de Estudios Económicos, Cataluña alcanzó en 2007 una renta per cápita
que era un 120% de la media de la UE, superior a la de Alemania (que se situaba
en el 116% de la media de la UE). A priori, si fuese un estado
independiente,
sería uno de os más ricos del mundo.
Por ello, aún sabiendo que la situación económica de
Cataluña ya era complicada, Artur Mas llegó al gobierno de la Generalitat con
el pacto fiscal bajo el brazo. Sabía de sobra que el gobierno central del PP, gestionando
una merma económica de la misma magnitud que la catalana en el estado, no
aceptaría nunca un sistema de financiación a modo de fuero vasco para Cataluña.
Eso implicaría perder los recursos que aporta una de las tres únicas autonomías
aportadoras netas al Estado. España no se podía permitir algo así, y la
Generalitat de CIU lo sabía. Pero envidando a la grande, al menos podía
presionar para mejorar sus condiciones fiscales.
El problema de ambos jugadores, Gobierno central y
Generalitat, es que en esta partida de España, hay otro, u otros jugadores, que
parecen llevar bastante mejores cartas que ellos. Bruselas jugaba fuerte, y
estaba apostando alto. Fijaba objetivos de déficit del 3% del PIB y una deuda
inferior al 60% del PIB
para cada estado de la unión. Una apuesta muy alta para España,
que a cierre de 2010 barajaba una cifra de déficit del 9,2% de su PIB y del 61,50%
del PIB de deuda pública. La Generalitat, por su lado, ya presentaba un déficit
del 3,9% de su PIB, y su volumen de deuda era con creces el mayor de entre
todas las comunidades, un 27,6% del total de la deuda acumulada entre todas ellas,
y que en el 2010 ya sumaba el 9,8% del PIB español.
Si Rajoy llegó al poder del gobierno central en noviembre de
2011, el déficit autonómico ya había alcanzado el 1,20% del PIB en el primer
semestre, cuando el objetivo de este para todo el año era del 1,30%.

Sabiendo que la presión venía de arriba, desde Bruselas y Alemania,
más que desde el gobierno central, la Generalitat aplicó la política de
austeridad exigida, reduciendo su gasto público entre el 2011 y 2012 un 17,4%.
Pero aún con ese enorme esfuerzo, desde que Artur Mas llegó al poder en 2010,
la deuda había seguido aumentando hasta alcanzar en agosto de 2012 los 42.000
millones (el 21% del PIB
catalán) según los datos del Banco de España.
Lo cierto es que las políticas de austeridad impuestas por
Bruselas, con la Alemania de Merkel llevando la batuta, no estaban produciendo
los resultados esperados, ni en España, ni en el resto de Europa. La crisis empeoraba.
En España la deuda del conjunto de las administraciones públicas alcanzó los 884.416 millones de euros
en 2012, lo que equivalía al 84,1% del PIB, su nivel más alto de una serie
histórica que arranca en 1990. Un incremento de la deuda publica del 20% solo
en ese año. Para 2013, el Ejecutivo esperaba que la deuda escalase al 90,5% del
PIB.
En junio de 2012 se negociaba el rescate financiero de la
banca española, aquel del famoso “España no es Uganda”, y en julio de 2012
Montoro negociaba con las autonomías unos objetivos de déficit para sus administraciones
del 0,7% para 2013 y del 0,1% para
el 2014, manteniendo su firmeza de no relajar el déficit autonómico autorizado
del 1,5%.
La Generalitat se sentía fiscalmente ahogada, y ya había
lubricado todo su aparato mediático en Cataluña para envidar a la chica. El 8% de
déficit fiscal del estado con Cataluña, calculado por el respetado economista
Mas-Colell, y ahora conseller de economía de la Generalitat, se presentaba como
el expolio que el estado practicaba sobre Cataluña anualmente. Los catalanes ya
podían olvidarse del malgasto del tripartito, de los recortes de CIU, y de la
corrupción de sus políticos. Ahora solo se oía aquello de “Espanya ens roba”.
La demagogia de CIU lograba lo que mejor sabe hacer el nacionalismo catalán:
culpar a España de todos sus males.
La realidad es que por más que CIU aplicase una política de
austeridad intensa, la Generalitat de por sí es cara. La diplomacia
nacionalista tiene un precio muy alto: 32,8 millones de euros que incluyen el
mantenimiento de seis «embajadas» situadas en barrios lujosos de Nueva York, Berlín, Londres, Buenos Aires,
París y Bruselas. Un gasto considerable para la situación de crisis
económica que vive Cataluña. Paralelamente existen 27 agencias comerciales para
las que la Generalitat destina 11,7
millones de euros. Todas esas embajadas, excepto la de Bruselas, fueron creadas
por el Tripartito, y cuestan al año 1,1 millones de euros. A esto
hay que añadir los mas de 378 millones de euros al año que la Generalitat gasta
anualmente en mantener sus 8 cadenas de televisión y más aún de radio, de
los que 260 millones los aporta la Generalitat, el 69% de este gasto.
Artur Mas no estaba por la labor de reducir el volumen de su
caro aparato propagandístico. Gracias a él, la Generalitat ha mantenido a
gobiernos nacionalistas en la presidencia desde hace más de 30 años de
democracia, y excepto por los 8 años del tripartito, todos ellos de CIU.
Desprenderse de él es desprenderse de su mejor arma para mantener afín a su
causa al electorado catalán, y por ende, presionar al estado con más nacionalismo.
Así, los recortes en Cataluña se habían aplicado casi
exclusivamente sobre servicios que afectan directamente al bienestar de los
ciudadanos catalanes, que de por sí ya son más reducidos en Cataluña que la
media estatal (un 12,7% de PIB en 2008, cuando la media del resto del estado
era de un 14,1% del PIB en el mismo año).
Se recortase donde fuere, bien en bienestar social bien en
el aparato de propaganda, el cumplimiento de déficit autonómico que imponía el
estado, ya le estaba costando a CIU un importante rédito electoral, que sería
aún mayor al final de la legislatura. Y mientras tanto, el gobierno culpaba
dentro y fuera de España a las autonomías de los incrementos de deuda pública,
y de la incapacidad de cumplir su objetivo de déficit del 3,5% del PIB, a pesar
que el 60% del déficit total recaía en la administración central.
En esta tesitura, a Artur Mas le llegó una valiosa carta, fruto
de la demagogia anti española que ahora ocupaba a los medios catalanes, y tan
valiosa como para, aireándola frente a sus contrincantes, arriesgar un farol
envidando a todo. Animó a su población a participar en la manifestación
independentista convocada el 14 de septiembre de 2012, cualquiera que fuese su
ideología, en protesta contra “la asfixia” financiera que España estaba
provocando a Cataluña. Fletó autobuses e incluso trenes públicos para asistir
al evento, y logró unir en Barcelona a lo que dicen fue un millón y medio de
almas. Por aparecer allí, apareció incluso Duran i Lleida, con muletas,
mientras declaraba no ser independentista.

INDEPENDÈNCIA!!, se envidaba a la chica. Aquella
manifestación permitía hablar de secesión a la mismísima Generalitat, algo
inimaginable hasta entonces. Una buena gestión de ese sentimiento, podía dar
más poder a Artur Mas sobre el gobierno central, de lo que nunca antes lo había
tenido un
presidente de la Generalitat.
El farol tenía todos los ingredientes para ser creíble.
Xavier Sala i Martín, el mediático economista nacionalista de la universidad de
Columbia, tan conocido por sus extravagantes americanas, y sus amenas
explicaciones económicas en el diario La Vanguardia, lanzaba la carnaza que el
independentismo quería oír. En su blog textualmente publicaba que “si Catalunya fuera un estado independiente
y su gobierno tuviera una deuda de solo el 21% del PIB y si, además, su déficit
estuviera entre el 1,5 y el 3% del PIB, sería considerada una de las economías
más sanas del mundo y los mercados financieros se pelarían por prestarle dinero”.
Indicaba sin reparos que el motivo de la falta de financiación de los mercados
a Cataluña era formar parte de España, un país que había perdido toda su
credibilidad, matizaba.

La Generalitat ya se había encargado antes de calentar las
brasas del independentismo. Através de la fundación CatDem, una organización
vinculada a CIU, las catedráticas de la universidad de Barcelona, Nuria Bosch y
Marta Espasa, ofrecían unos optimistas resultados sobre los beneficios de la
secesión. Calculaban haciendo una media de los datos macroeconómicos de
Cataluña entre 2006 y 2009 un beneficio anual de entre 10.000 y 13.000 millones
de euros, entre el 5,8% y el 6,5% del PIB de Cataluña. Xavier Cuadras, también
catedrático de la universidad de Barcelona, valoraba los efectos de un posible
boicot comercial por parte de los españoles en un máximo del 4% del PIB
catalán. El dividendo fiscal de la independencia rondaba así un beneficio del 2%
de su PIB.
Y mentes brillantes apoyaban esta idea. Un conjunto de
economistas catalanes nacionalistas ubicados en universidades de prestigio
internacional como la de Princeton, Columbia o la London School of Economics se
asociaban en el Collectiu Wilson en apoyo de esta idea. Premios Nobel en
economía como Gary Stanley Becker y Finn Erling Kydland se habían pronunciado también
en defensa de la viabilidad de Cataluña como estado.
Artur Mas pasaba del ahogo fiscal al entusiasmo de
imaginarse todo un jefe de estado, el Estado de Cataluña, y la música de “som
una nació” se escuchaba con orgullo y, porque no, también soberbia, en toda
Cataluña. Cegado por la exaltación nacionalista se dirigió a la Moncloa y el
Sr. Mas envido a pares: o el pacto fiscal, o la secesión, con la constitución o
sin ella. Ante lo que dice recibió un portazo de Rajoy, Artur Mas adelantó los
comicios catalanes al 25 de noviembre de 2012 con la propuesta de abrir un
proceso secesionista si acumulaba una mayoría importante que lo apoyase. Buena
estrategia para absorber un buen número de votos sin que la crisis y los
recortes le pasasen factura. Los nacionalistas moderados percibían en la
estrategia la posibilidad de conseguir el pacto fiscal, considerando utópica la
independencia. Los independentistas sintieron su anhelada secesión más cerca.
Pero esa estrategia era muy arriesgada. Haciendo creer a los
catalanes que sus cartas eran buenas,
podía concentrar una mayoría absoluta absorbiendo a nacionalistas e
independentistas, con ese doble juego de independencia o pacto fiscal. Un gobierno
fuerte, presionando al gobierno con la secesión, podría despojarles de la soga
que ahogaba el país.
Pero la realidad estaba lejos de tanto optimismo. En España
sabíamos que Artur Mas no tenía cartas, e iba de farol. Y los medios de
comunicación nacionales no tardarían en recordárselo, tanto al presidente, como
al pueblo catalán.
Nadie ponía en duda la viabilidad de Cataluña como Estado.
Una región rica dentro de un estado siempre va a pagar más de lo que recibe,
por tanto su independencia ha de ser necesariamente viable. Pero el beneficio
de esa independencia depende de otros factores, especialmente de su dependencia
comercial con el mercado interno del país al que pertenece, y del grado de la
pérdida de su cuota en este, una vez efectiva la independencia. En el caso de
Cataluña, su dependencia del mercado interior español históricamente siempre ha
sido muy alta, aún con un mercado en fuerte crisis, en el 2012 su cuota de
exportaciones a España era del 47%. Un beneficio económico muy importante para
Cataluña, que convierte una balanza comercial exterior deficitaria, en otra con
superávit. Excesivamente arriesgado en una ya muy mermada economía catalana.
La Generalitat siquiera podía explotar demasiado el ahogo
fiscal al que el estado sometía a las autonomías. Se podría haber presentado
como posturas antagónicas entre la tendencia centralizadora del estado y la
descentralizadora de las autonomías, dada la duplicidad de servicios que
existen entre ambas, pero la realidad es que Cataluña, solo una de las 17
comunidades autónomas, en el 2012 acumulaba 50.948 millones de los 185.048
millones de deuda que acumulaban todas las administraciones autonómicas juntas.
Un 27,5% de toda esta deuda, que implica el 17,6% del PIB español. Con
diferencia la comunidad autónoma más endeudada de España.
Solo se había de añadir la porción de la deuda estatal que a
Cataluña le correspondía por su peso en el estado, bien alrededor del 18% del
PIB, o bien el 16% de su población, para desmontar cualquier ilusión sobre la
viabilidad de una secesión en estos momentos. Cataluña triplicaría su deuda. Si
el endeudamiento de la Administración central alcanzaba los 617.730 millones de
euros; a Cataluña le tocarían junto con el peso de su deuda autonómica, la de
la administración y la de las empresas públicas, 147.791 millones de euros, más del 74% del PIB catalán, (curiosamente,
más que el peso relativo del endeudamiento que le quedaría a España sin
Cataluña, un 65,8% del PIB).
Los medios no dejaron de hacer aparecer titulares sobre el
excesivo optimismo y las tretas contables en los cálculos de la generalitat,
para obtener esa cifra del 8% de déficit fiscal con el estado. La opinión que
los expertos barajaban eran perdidas a causa de una hipotética secesión de
entre el 20% y el 50% del PIB catalán, contando con la reducción del mercado
con España, fenómenos de deslocalización de empresas, aumento de intereses y
pérdidas de economía de escala.

No supo el Sr. Mas entender que su farol, ni colaría, ni
gustaría a ninguno de los jugadores de esta partida de mus de España. Ante la
proclama electoralista de “Catalunya, nou estat europeu”, el comisario de la
Comisión Europea,
Joaquín Almunia,
y la vicepresidenta de la CE,
Viviane
Reding,
dejaban claro que Cataluña quedaría fuera de la UE.
Los mercados también ponían su grano de arena para descubrir
el farol. Varios bancos habían emitido informes negativos similares al del mayor
banco suizo UBS, exponiendo que los efectos de la independencia para la
economía catalana serían "fúnebres
y desastrosos". Y los medios se encargaron de recordar que las agencias
de rating, como Standard & Poor's y Moody’s tienen calificada la deuda catalana
como bono basura, con un diferencial de
los títulos catalanes superior a mil puntos respecto a la deuda alemana.
Al final, el riesgo que implicaba la estrategia del Sr. Mas
provocó que académicos sensatos nacionalistas, acabasen delatando el farol. Josep
Oliver, catedrático de la Universidad Autónoma de Barcelona (UAB),
explicaba que con la independencia de Cataluña su “deuda alcanzaría el 80% del
PIB” y “no es imaginable”, y recalcaba que quienes la plantean lo hacían “como
idea de medio plazo”.
Solo faltaban las filtraciones de corrupción efectuadas por
el diario El Mundo, sin firma ni autor, para recordar a los catalanes los casos
de corrupción que ya habían salpicado a CIU y acabar definitivamente con toda
la credibilidad de Artur Mas antes de las elecciones.
Difícilmente aquel farol podría haberle salido peor. El voto
y escaños nacionalistas se mantenían casi exactamente como estaban, pero ahora
el electorado independentista había concentrado su voto en ERC, haciendo perder
a CIU, el partido del Sr. Mas, 12 de los escaños que ya tenían en el parlament.
Ni los independentistas le creyeron. CIU estaba manchada por
la corrupción, ya de por sí no era creíble. Pero además habían ido de la mano
del PP para aprobar toda la política de recortes efectuada, tanto en el
gobierno central como en la Generalitat, y antes habían sido socios de gobierno
con ellos, en la época de Aznar. Sabían que CIU no daría un paso tan arriesgado
para el empresariado catalán, involucrándose de forma seria en un proceso de
secesión.
Pero quizás, el error más importante del Sr. Mas fue creer
que el pueblo catalán estaba tan desvinculado del español, como para tratar un
proceso secesionista de una forma tan frívola. La realidad es que el 47% del
electorado catalán, no vio la vía del soberanismo o la independencia como la
más adecuada para sacar a Cataluña del dramático estado en que se encuentra.
Tras el batacazo electoral de noviembre, CIU aun mantenía la
Generalitat en su poder, pero había perdido toda capacidad de presión contra el
gobierno central por si sola. La magnitud de su farol le hizo perder la
posibilidad de asociarse en el gobierno con los partidos más sensatos que
podrían haber ofrecido la estabilidad necesaria para llevar a cabo el nuevo
proceso de recortes que Bruselas obligaba a aplicar.
Ni PP, con la consulta por la secesión como compromiso
electoral de CIU, ni el PSC, con la idea de que dicha consulta pudiese ser
realizada ilegalmente y sin la aprobación de todos los españoles, podían ofrecerse
como socios de gobierno para ofrecer a CIU la estabilidad parlamentaria que
necesitaba. Solo le quedaba el socio más radical, ERC, y este solo había
ofrecido su apoyo en el envite a la chica, la independencia, y si por ERC
hubiese sido habría lanzado un órdago.
Oriol Junqueras (ERC) definitivamente no quiso compartir el
desgaste de gobierno con CIU, en una legislatura marcada por recortes sociales
a los que, como partido de izquierdas, se opone frontalmente. Pero ofrece el
apoyo parlamentario suficiente para permitir a CIU gobernar asumiendo ella sola
ese desgaste siempre y cuando se comprometa a la realización de una consulta
por la independencia en el 2014.
Artur Mas sabe que jugador de chicas es mal jugador de mus,
y todo el mundo entiende que si se envida a la grande, a la chica y a pares, ya
no queda más remedio que envidar al juego.

Y es en este momento de la partida de mus de España donde
ahora nos encontramos, en el envite al juego. El Sr. Mas sabe que ya tiene
perdido el envite a la grande, no tiene cartas. Recientemente, en el balance de
sus 100 primeros días de gobierno, declaraba que Rajoy “no ofrecerá el pacto
fiscal por la consulta”, ni siquiera creía le ofreciese una mejor financiación.
Mucho menos sacar ahora nada del envite a pares, es decir, hacer al gobierno
central elegir entre el pacto fiscal o un proceso de secesión unilateral e
inconstitucional. Esto último no se lo permitiría ni la UE, ni los mercados, ni
el gobierno español ni tan siquiera la población catalana. Los comicios de
noviembre de 2012 ya le mostraron que al menos el 50% de la ciudadanía siquiera
quiere la independencia, y muy posiblemente el porcentaje
de apoyo sea mucho
más bajo.
El president ya solo puede explotar las cartas bajas, las de
la consulta, para al menos hacer creer que tiene un buen juego. Es su ultima
oportunidad para salvar la legislatura y posiblemente también su carrera
política. Por ello pide a los que apoyan la consulta, aunque sea legalmente,
que entren en el gobierno con CIU. Se habla de situación de emergencia
nacional: “No está en juego el Gobierno; lo está el país”, decía, pero la
realidad es que ni ERC ni PSC, por ahora han dado muestras positivas a ese
llamamiento de emergencia.
Artur Mas, sabe que, vulgarmente, "la ha jodido". Por más que
quiera disfrazar la dramática situación económica de Cataluña de emergencia
nacional, llamando a la unidad de los partidos, a día de hoy todos saben que
dicha situación depende de la flexibilidad de déficit que quiera aportar el
gobierno central, o mejor, Bruselas. La suerte de Cataluña ya ha sido echada y
es la carrera del Sr. Mas lo que ahora esta en juego. Difícilmente el resto de
partidos catalanes quieran ensuciarse en una impuesta sangría de recortes, o
acompañar al president en lo que podría ser el final de su carrera política.
Más bien todos pretenderán obtener rédito electoral de ello.
El Sr. Mas aún hace uso demagógico de las cifras para culpar
al gobierno de la situación de Cataluña. En la misma comparecencia ante los
medios sobre los 100 primeros días de mandato se quejaba de que pese a
concentrar el 17% de gasto público de toda España, Cataluña hubiese efectuado
el 24% de los recortes de todas las Administraciones autonómicas. Citaba la
incongruencia de que el Estado, con el 53% de todo el gasto público, haya recortado
solo el 18% de su partida de gasto, frente a la proporción asumida por las
comunidades autónomas: con un 33% del gasto público, han asumido el 71% de los
recortes.
Se le olvida al
Sr. Mas que el porcentaje de recortes efectuado por cada comunidad autónoma no
está en función del porcentaje de gasto que tiene asignado por el estado, sino
por su porcentaje de deuda. De hecho, si esta partida de gasto se distribuyese
equitativamente entre todas las autonomías, sin contar con su peso demográfico,
o porcentaje del PIB estatal que cada una ocupa, a cada una de las 17
autonomías les tocaría un 5,88% de esta partida de gasto público. El hecho de
que Cataluña perciba un 17% de todo el gasto autonómico, no supone ni
privilegio, pues este porcentaje responde a su volumen de PIB dentro del
estado, alrededor del 18%, ni agravio comparativo como nos querían convencer. Por
ello, la ministra de Fomento, Ana Pastor, afirmaba en el Senado que “Cataluña
es la comunidad autónoma con mayor inversión de Fomento en el periodo 1996-
2012, que asciende a 23.856 M€”. El volumen de inversión para 2013 asciende a
1.112,7 M€, 2,6 veces la media nacional”.
Cataluña esta recortando el 24% de todo lo recortado por las
autonomías, porque el 27,7% de la deuda autonómica corresponde a Cataluña. Esto
implica que la Generalitat por si sola ya habría asumido el 7,92% de todo el
recorte de gasto público estatal. Existe otra porción de deuda pública que
corresponde a Cataluña y es gestionada por el estado. Y contando con que
Cataluña implica el 18% del PIB estatal, el 9,54% de toda el recorte de gasto público efectuado por el estado, corresponde a Cataluña. El volumen total de gasto público
estatal recortado en Cataluña, bien através de la Generalitat, bien através del
estado, es entonces el 17,46% del total. Pero la porción de la deuda que
corresponde a Cataluña de toda la deuda pública española es el 24%. Cataluña
aún sale beneficiada en el volumen de recortes que esta soportando si lo
comparamos con el volumen de su deuda dentro del estado.
A pesar de la carga de demagogia que siempre acompaña a la
política, especialmente desde los partidos nacionalistas, Artur Mas comienza a
presentar cierta sensatez en su juego. En la misma comparecencia, textualmente
explicaba:
“son cinco las razones que explican el colapso de las arcas
catalanas: la recesión; el déficit fiscal, que se “arrastra”; el “lastre
económico” del tripartito; el “reparto arbitrario” del déficit; y el impago de
partidas que el Estado debe a Cataluña”.
Parece que ya reconoce disponer de malas cartas. De nuevo
recuerda el lastre del tripartito, y la recesión, aún culpando al gobierno por
ese “reparto arbitrario del déficit” y aún reclamando todavía los 759 millones
de euros comprometidos en la derogada Disposición Adicional Tercera
del Estatuto, a pesar de que incluso el Sr. Homs recientemente reconociese que
el estado no esta obligado a abonarla.
Paradójicamente, la partida del Sr. Mas ha sido tan mala,
que ahora ruega participar en su gobierno a aquellos cuya mala gestión llevaron
a la ruina a Cataluña y a él le catapultaron al poder, los partidos del
tripartito ERC y PSC.
Esperemos que el Sr. Mas sepa terminar bien lo que queda de
esta partida de mus. Esperemos no se deje seducir por ERC y acabe echando un
órdago al juego. Contando con que ninguno de sus adversarios parecen contar con
muy buenas cartas, el president aún puede obtener algún buen resultado de un
modesto envite. Una mejora en el sistema de financiación, no solo para
Cataluña, sino para todas las comunidades que realmente están siendo agraviadas
por un injusto sistema fiscal que, manteniendo los privilegios medievales de
los fueros, permiten que comunidades ricas sigan siendo receptoras netas del
estado.
Y porqué no… quizás obtener algo del envite a chica. El
envite no ha sido elevado, a priori una consulta no vinculante. A día de hoy ya
todos queremos saber cual es la opinión de los catalanes, pocos españoles se
oponen a ella.

Una consulta no debería arruinar a nadie, y el principal
adversario del Sr. Mas es un gallego de apellido noble gracias al arzobispo
compostelano D. Bartolomé Rajoy y Losada, gran limosnero y promotor de obras
públicas. Al fin y al cabo, él también sabe de hechos diferenciales en España:
es celta y habla
otra lengua. Cosas de la partida de mus española.