lunes, 8 de abril de 2013

LA PARTIDA DE MUS ESPAÑOLA



A día de hoy, Artur Mas sabe que ha arruinado su partida. Aquella manifestación el día de la Diada de 2012 reuniendo a lo que dicen que fue un millón y medio de personas en Barcelona proclamando la independencia, ofuscó su mente.

No toda la culpa es de él. Estaba jugando al Mus con unas cartas muy malas, llevaba un ciego, ni pares ni juego, y sabía que su principal adversario tampoco las tenía buenas. En Cataluña cuando se juega al mus no vale mentir, ni antes ni después del corte, pero en el resto de España, se puede, y el president lanzó un farol envidándolo todo. La grande, la chica, todo…

Cuando Artur Mas llegó al poder, la economía catalana cargaba con un lastre importante: Una deuda que ya alcanzaba el 17,3% del PIB de Cataluña. El gobierno tripartito, entre 2003 y 2008, había aumentado la deuda de 10.900 millones de euros a 15.776 millones. El porcentaje de deuda que encontraron cuando accedieron a la Generalitat del 7,4% del PIB, aumentó un 50% en ese periodo. Aún peor, el cuestionamiento por parte del gobierno central de Zapatero del alcance de la crisis, junto con los compromisos de gasto contraídos por el tripartito durante las elecciones, hicieron aumentar de nuevo esa deuda. Se disparó a 20.825 millones en un año, aumentando aún más la que ya existía en 2008, y triplicando la que había dejado el gobierno de Pujol, cuando por vez primera accedieron a la Generalitat en 2003. Un lastre de deuda del 17,3% del PIB catalán en herencia para el nuevo gobierno de Artur Mas.

Pero Artur Mas sabía que en la partida de Mus de España, Cataluña suele jugar con buenas cartas. No son los catalanes malos jugadores. Allí, como en casi toda España, se juega con naipes Fournier. Es una región muy rica, de hecho, como nos dice José Luis Feito, presidente del Instituto de Estudios Económicos, Cataluña alcanzó en 2007 una renta per cápita que era un 120% de la media de la UE, superior a la de Alemania (que se situaba en el 116% de la media de la UE). A priori, si fuese un estado
independiente, sería uno de os más ricos del mundo.

Por ello, aún sabiendo que la situación económica de Cataluña ya era complicada, Artur Mas llegó al gobierno de la Generalitat con el pacto fiscal bajo el brazo. Sabía de sobra que el gobierno central del PP, gestionando una merma económica de la misma magnitud que la catalana en el estado, no aceptaría nunca un sistema de financiación a modo de fuero vasco para Cataluña. Eso implicaría perder los recursos que aporta una de las tres únicas autonomías aportadoras netas al Estado. España no se podía permitir algo así, y la Generalitat de CIU lo sabía. Pero envidando a la grande, al menos podía presionar para mejorar sus condiciones fiscales.  

El problema de ambos jugadores, Gobierno central y Generalitat, es que en esta partida de España, hay otro, u otros jugadores, que parecen llevar bastante mejores cartas que ellos. Bruselas jugaba fuerte, y estaba apostando alto. Fijaba objetivos de déficit del 3% del PIB y una deuda inferior al 60% del PIB
para cada estado de la unión. Una apuesta muy alta para España, que a cierre de 2010 barajaba una cifra de déficit del 9,2% de su PIB y del 61,50% del PIB de deuda pública. La Generalitat, por su lado, ya presentaba un déficit del 3,9% de su PIB, y su volumen de deuda era con creces el mayor de entre todas las comunidades, un 27,6% del total de la deuda acumulada entre todas ellas, y que en el 2010 ya sumaba el 9,8% del PIB español.

Si Rajoy llegó al poder del gobierno central en noviembre de 2011, el déficit autonómico ya había alcanzado el 1,20% del PIB en el primer semestre, cuando el objetivo de este para todo el año era del 1,30%.

Sabiendo que la presión venía de arriba, desde Bruselas y Alemania, más que desde el gobierno central, la Generalitat aplicó la política de austeridad exigida, reduciendo su gasto público entre el 2011 y 2012 un 17,4%. Pero aún con ese enorme esfuerzo, desde que Artur Mas llegó al poder en 2010, la deuda había seguido aumentando hasta alcanzar en agosto de 2012 los 42.000 millones (el 21% del PIB
catalán) según los datos del Banco de España.

Lo cierto es que las políticas de austeridad impuestas por Bruselas, con la Alemania de Merkel llevando la batuta, no estaban produciendo los resultados esperados, ni en España, ni en el resto de Europa. La crisis empeoraba. En España la deuda del conjunto de las administraciones públicas alcanzó los 884.416 millones de euros en 2012, lo que equivalía al 84,1% del PIB, su nivel más alto de una serie histórica que arranca en 1990. Un incremento de la deuda publica del 20% solo en ese año. Para 2013, el Ejecutivo esperaba que la deuda escalase al 90,5% del PIB.

En junio de 2012 se negociaba el rescate financiero de la banca española, aquel del famoso “España no es Uganda”, y en julio de 2012 Montoro negociaba con las autonomías unos objetivos de déficit para sus administraciones del  0,7% para 2013 y del 0,1% para el 2014, manteniendo su firmeza de no relajar el déficit autonómico autorizado del 1,5%.

La Generalitat se sentía fiscalmente ahogada, y ya había lubricado todo su aparato mediático en Cataluña para envidar a la chica. El 8% de déficit fiscal del estado con Cataluña, calculado por el respetado economista Mas-Colell, y ahora conseller de economía de la Generalitat, se presentaba como el expolio que el estado practicaba sobre Cataluña anualmente. Los catalanes ya podían olvidarse del malgasto del tripartito, de los recortes de CIU, y de la corrupción de sus políticos. Ahora solo se oía aquello de “Espanya ens roba”. La demagogia de CIU lograba lo que mejor sabe hacer el nacionalismo catalán: culpar a España de todos sus males. 

La realidad es que por más que CIU aplicase una política de austeridad intensa, la Generalitat de por sí es cara. La diplomacia nacionalista tiene un precio muy alto: 32,8 millones de euros que incluyen el mantenimiento de seis «embajadas» situadas en barrios lujosos de Nueva York, Berlín, Londres, Buenos Aires, París y Bruselas. Un gasto considerable para la situación de crisis económica que vive Cataluña. Paralelamente existen 27 agencias comerciales para las que la Generalitat destina 11,7 millones de euros. Todas esas embajadas, excepto la de Bruselas, fueron creadas por el Tripartito,  y cuestan al año 1,1 millones de euros. A esto hay que añadir los mas de 378 millones de euros al año que la Generalitat gasta anualmente en mantener sus 8 cadenas de televisión y más aún de radio, de los que 260 millones los aporta la Generalitat, el 69% de este gasto.

Artur Mas no estaba por la labor de reducir el volumen de su caro aparato propagandístico. Gracias a él, la Generalitat ha mantenido a gobiernos nacionalistas en la presidencia desde hace más de 30 años de democracia, y excepto por los 8 años del tripartito, todos ellos de CIU. Desprenderse de él es desprenderse de su mejor arma para mantener afín a su causa al electorado catalán, y por ende, presionar al estado con más nacionalismo.

Así, los recortes en Cataluña se habían aplicado casi exclusivamente sobre servicios que afectan directamente al bienestar de los ciudadanos catalanes, que de por sí ya son más reducidos en Cataluña que la media estatal (un 12,7% de PIB en 2008, cuando la media del resto del estado era de un 14,1% del PIB en el mismo año).

Se recortase donde fuere, bien en bienestar social bien en el aparato de propaganda, el cumplimiento de déficit autonómico que imponía el estado, ya le estaba costando a CIU un importante rédito electoral, que sería aún mayor al final de la legislatura. Y mientras tanto, el gobierno culpaba dentro y fuera de España a las autonomías de los incrementos de deuda pública, y de la incapacidad de cumplir su objetivo de déficit del 3,5% del PIB, a pesar que el 60% del déficit total recaía en la administración central. 

En esta tesitura, a Artur Mas le llegó una valiosa carta, fruto de la demagogia anti española que ahora ocupaba a los medios catalanes, y tan valiosa como para, aireándola frente a sus contrincantes, arriesgar un farol envidando a todo. Animó a su población a participar en la manifestación independentista convocada el 14 de septiembre de 2012, cualquiera que fuese su ideología, en protesta contra “la asfixia” financiera que España estaba provocando a Cataluña. Fletó autobuses e incluso trenes públicos para asistir al evento, y logró unir en Barcelona a lo que dicen fue un millón y medio de almas. Por aparecer allí, apareció incluso Duran i Lleida, con muletas, mientras declaraba no ser independentista.

INDEPENDÈNCIA!!, se envidaba a la chica. Aquella manifestación permitía hablar de secesión a la mismísima Generalitat, algo inimaginable hasta entonces. Una buena gestión de ese sentimiento, podía dar más poder a Artur Mas sobre el gobierno central, de lo que nunca antes lo había tenido un
presidente de la Generalitat.

El farol tenía todos los ingredientes para ser creíble. Xavier Sala i Martín, el mediático economista nacionalista de la universidad de Columbia, tan conocido por sus extravagantes americanas, y sus amenas explicaciones económicas en el diario La Vanguardia, lanzaba la carnaza que el independentismo quería oír. En su blog textualmente publicaba que “si Catalunya fuera un estado independiente y su gobierno tuviera una deuda de solo el 21% del PIB y si, además, su déficit estuviera entre el 1,5 y el 3% del PIB, sería considerada una de las economías más sanas del mundo y los mercados financieros se pelarían por prestarle dinero”. Indicaba sin reparos que el motivo de la falta de financiación de los mercados a Cataluña era formar parte de España, un país que había perdido toda su credibilidad, matizaba.

La Generalitat ya se había encargado antes de calentar las brasas del independentismo. Através de la fundación CatDem, una organización vinculada a CIU, las catedráticas de la universidad de Barcelona, Nuria Bosch y Marta Espasa, ofrecían unos optimistas resultados sobre los beneficios de la secesión. Calculaban haciendo una media de los datos macroeconómicos de Cataluña entre 2006 y 2009 un beneficio anual de entre 10.000 y 13.000 millones de euros, entre el 5,8% y el 6,5% del PIB de Cataluña. Xavier Cuadras, también catedrático de la universidad de Barcelona, valoraba los efectos de un posible boicot comercial por parte de los españoles en un máximo del 4% del PIB catalán. El dividendo fiscal de la independencia rondaba así un beneficio del 2% de su PIB.


Y mentes brillantes apoyaban esta idea. Un conjunto de economistas catalanes nacionalistas ubicados en universidades de prestigio internacional como la de Princeton, Columbia o la London School of Economics se asociaban en el Collectiu Wilson en apoyo de esta idea. Premios Nobel en economía como Gary Stanley Becker y Finn Erling Kydland se habían pronunciado también en defensa de la viabilidad de Cataluña como estado.

Artur Mas pasaba del ahogo fiscal al entusiasmo de imaginarse todo un jefe de estado, el Estado de Cataluña, y la música de “som una nació” se escuchaba con orgullo y, porque no, también soberbia, en toda Cataluña. Cegado por la exaltación nacionalista se dirigió a la Moncloa y el Sr. Mas envido a pares: o el pacto fiscal, o la secesión, con la constitución o sin ella. Ante lo que dice recibió un portazo de Rajoy, Artur Mas adelantó los comicios catalanes al 25 de noviembre de 2012 con la propuesta de abrir un proceso secesionista si acumulaba una mayoría importante que lo apoyase. Buena estrategia para absorber un buen número de votos sin que la crisis y los recortes le pasasen factura. Los nacionalistas moderados percibían en la estrategia la posibilidad de conseguir el pacto fiscal, considerando utópica la independencia. Los independentistas sintieron su anhelada secesión más cerca.

Pero esa estrategia era muy arriesgada. Haciendo creer a los catalanes que sus cartas eran buenas,  podía concentrar una mayoría absoluta absorbiendo a nacionalistas e independentistas, con ese doble juego de independencia o pacto fiscal. Un gobierno fuerte, presionando al gobierno con la secesión, podría despojarles de la soga que ahogaba el país.

Pero la realidad estaba lejos de tanto optimismo. En España sabíamos que Artur Mas no tenía cartas, e iba de farol. Y los medios de comunicación nacionales no tardarían en recordárselo, tanto al presidente, como al pueblo catalán.

Nadie ponía en duda la viabilidad de Cataluña como Estado. Una región rica dentro de un estado siempre va a pagar más de lo que recibe, por tanto su independencia ha de ser necesariamente viable. Pero el beneficio de esa independencia depende de otros factores, especialmente de su dependencia comercial con el mercado interno del país al que pertenece, y del grado de la pérdida de su cuota en este, una vez efectiva la independencia. En el caso de Cataluña, su dependencia del mercado interior español históricamente siempre ha sido muy alta, aún con un mercado en fuerte crisis, en el 2012 su cuota de exportaciones a España era del 47%. Un beneficio económico muy importante para Cataluña, que convierte una balanza comercial exterior deficitaria, en otra con superávit. Excesivamente arriesgado en una ya muy mermada economía catalana.

La Generalitat siquiera podía explotar demasiado el ahogo fiscal al que el estado sometía a las autonomías. Se podría haber presentado como posturas antagónicas entre la tendencia centralizadora del estado y la descentralizadora de las autonomías, dada la duplicidad de servicios que existen entre ambas, pero la realidad es que Cataluña, solo una de las 17 comunidades autónomas, en el 2012 acumulaba 50.948 millones de los 185.048 millones de deuda que acumulaban todas las administraciones autonómicas juntas. Un 27,5% de toda esta deuda, que implica el 17,6% del PIB español. Con diferencia la comunidad autónoma más endeudada de España.

Solo se había de añadir la porción de la deuda estatal que a Cataluña le correspondía por su peso en el estado, bien alrededor del 18% del PIB, o bien el 16% de su población, para desmontar cualquier ilusión sobre la viabilidad de una secesión en estos momentos. Cataluña triplicaría su deuda. Si el endeudamiento de la Administración central alcanzaba los 617.730 millones de euros; a Cataluña le tocarían junto con el peso de su deuda autonómica, la de la administración y la de las empresas públicas, 147.791 millones de euros, más del 74% del PIB catalán, (curiosamente, más que el peso relativo del endeudamiento que le quedaría a España sin Cataluña, un 65,8% del PIB).

Los medios no dejaron de hacer aparecer titulares sobre el excesivo optimismo y las tretas contables en los cálculos de la generalitat, para obtener esa cifra del 8% de déficit fiscal con el estado. La opinión que los expertos barajaban eran perdidas a causa de una hipotética secesión de entre el 20% y el 50% del PIB catalán, contando con la reducción del mercado con España, fenómenos de deslocalización de empresas, aumento de intereses y pérdidas de economía de escala.

No supo el Sr. Mas entender que su farol, ni colaría, ni gustaría a ninguno de los jugadores de esta partida de mus de España. Ante la proclama electoralista de “Catalunya, nou estat europeu”, el comisario de la Comisión Europea, Joaquín Almunia, y la vicepresidenta de la CE, Viviane Reding, 
dejaban claro que Cataluña quedaría fuera de la UE.

Los mercados también ponían su grano de arena para descubrir el farol. Varios bancos habían emitido informes negativos similares al del mayor banco suizo UBS, exponiendo que los efectos de la independencia para la economía catalana serían "fúnebres y desastrosos". Y los medios se encargaron de recordar que las agencias de rating, como Standard & Poor's y Moody’s tienen calificada la deuda catalana como bono basura, con un  diferencial de los títulos catalanes superior a mil puntos respecto a la deuda alemana.

Al final, el riesgo que implicaba la estrategia del Sr. Mas provocó que académicos sensatos nacionalistas, acabasen delatando el farol. Josep Oliver, catedrático de la Universidad Autónoma de Barcelona (UAB), explicaba que con la independencia de Cataluña su “deuda alcanzaría el 80% del PIB” y “no es imaginable”, y recalcaba que quienes la plantean lo hacían “como idea de medio plazo”. 

Solo faltaban las filtraciones de corrupción efectuadas por el diario El Mundo, sin firma ni autor, para recordar a los catalanes los casos de corrupción que ya habían salpicado a CIU y acabar definitivamente con toda la credibilidad de Artur Mas antes de las elecciones.

Difícilmente aquel farol podría haberle salido peor. El voto y escaños nacionalistas se mantenían casi exactamente como estaban, pero ahora el electorado independentista había concentrado su voto en ERC, haciendo perder a CIU, el partido del Sr. Mas, 12 de los escaños que ya tenían en el parlament.

Ni los independentistas le creyeron. CIU estaba manchada por la corrupción, ya de por sí no era creíble. Pero además habían ido de la mano del PP para aprobar toda la política de recortes efectuada, tanto en el gobierno central como en la Generalitat, y antes habían sido socios de gobierno con ellos, en la época de Aznar. Sabían que CIU no daría un paso tan arriesgado para el empresariado catalán, involucrándose de forma seria en un proceso de secesión.

Pero quizás, el error más importante del Sr. Mas fue creer que el pueblo catalán estaba tan desvinculado del español, como para tratar un proceso secesionista de una forma tan frívola. La realidad es que el 47% del electorado catalán, no vio la vía del soberanismo o la independencia como la más adecuada para sacar a Cataluña del dramático estado en que se encuentra.

Tras el batacazo electoral de noviembre, CIU aun mantenía la Generalitat en su poder, pero había perdido toda capacidad de presión contra el gobierno central por si sola. La magnitud de su farol le hizo perder la posibilidad de asociarse en el gobierno con los partidos más sensatos que podrían haber ofrecido la estabilidad necesaria para llevar a cabo el nuevo proceso de recortes que Bruselas obligaba a aplicar.

Ni PP, con la consulta por la secesión como compromiso electoral de CIU, ni el PSC, con la idea de que dicha consulta pudiese ser realizada ilegalmente y sin la aprobación de todos los españoles, podían ofrecerse como socios de gobierno para ofrecer a CIU la estabilidad parlamentaria que necesitaba. Solo le quedaba el socio más radical, ERC, y este solo había ofrecido su apoyo en el envite a la chica, la independencia, y si por ERC hubiese sido habría lanzado un órdago.

Oriol Junqueras (ERC) definitivamente no quiso compartir el desgaste de gobierno con CIU, en una legislatura marcada por recortes sociales a los que, como partido de izquierdas, se opone frontalmente. Pero ofrece el apoyo parlamentario suficiente para permitir a CIU gobernar asumiendo ella sola ese desgaste siempre y cuando se comprometa a la realización de una consulta por la independencia en el 2014.

Artur Mas sabe que jugador de chicas es mal jugador de mus, y todo el mundo entiende que si se envida a la grande, a la chica y a pares, ya no queda más remedio que envidar al juego.

Y es en este momento de la partida de mus de España donde ahora nos encontramos, en el envite al juego. El Sr. Mas sabe que ya tiene perdido el envite a la grande, no tiene cartas. Recientemente, en el balance de sus 100 primeros días de gobierno, declaraba que Rajoy “no ofrecerá el pacto fiscal por la consulta”, ni siquiera creía le ofreciese una mejor financiación. Mucho menos sacar ahora nada del envite a pares, es decir, hacer al gobierno central elegir entre el pacto fiscal o un proceso de secesión unilateral e inconstitucional. Esto último no se lo permitiría ni la UE, ni los mercados, ni el gobierno español ni tan siquiera la población catalana. Los comicios de noviembre de 2012 ya le mostraron que al menos el 50% de la ciudadanía siquiera quiere la independencia, y muy posiblemente el porcentaje
de apoyo sea mucho más bajo.

El president ya solo puede explotar las cartas bajas, las de la consulta, para al menos hacer creer que tiene un buen juego. Es su ultima oportunidad para salvar la legislatura y posiblemente también su carrera política. Por ello pide a los que apoyan la consulta, aunque sea legalmente, que entren en el gobierno con CIU. Se habla de situación de emergencia nacional:  “No está en juego el Gobierno; lo está el país”, decía, pero la realidad es que ni ERC ni PSC, por ahora han dado muestras positivas a ese llamamiento de emergencia.

Artur Mas, sabe que, vulgarmente, "la ha jodido". Por más que quiera disfrazar la dramática situación económica de Cataluña de emergencia nacional, llamando a la unidad de los partidos, a día de hoy todos saben que dicha situación depende de la flexibilidad de déficit que quiera aportar el gobierno central, o mejor, Bruselas. La suerte de Cataluña ya ha sido echada y es la carrera del Sr. Mas lo que ahora esta en juego. Difícilmente el resto de partidos catalanes quieran ensuciarse en una impuesta sangría de recortes, o acompañar al president en lo que podría ser el final de su carrera política. Más bien todos pretenderán obtener rédito electoral de ello.

El Sr. Mas aún hace uso demagógico de las cifras para culpar al gobierno de la situación de Cataluña. En la misma comparecencia ante los medios sobre los 100 primeros días de mandato se quejaba de que pese a concentrar el 17% de gasto público de toda España, Cataluña hubiese efectuado el 24% de los recortes de todas las Administraciones autonómicas. Citaba la incongruencia de que el Estado, con el 53% de todo el gasto público, haya recortado solo el 18% de su partida de gasto, frente a la proporción asumida por las comunidades autónomas: con un 33% del gasto público, han asumido el 71% de los recortes.

Se le olvida al Sr. Mas que el porcentaje de recortes efectuado por cada comunidad autónoma no está en función del porcentaje de gasto que tiene asignado por el estado, sino por su porcentaje de deuda. De hecho, si esta partida de gasto se distribuyese equitativamente entre todas las autonomías, sin contar con su peso demográfico, o porcentaje del PIB estatal que cada una ocupa, a cada una de las 17 autonomías les tocaría un 5,88% de esta partida de gasto público. El hecho de que Cataluña perciba un 17% de todo el gasto autonómico, no supone ni privilegio, pues este porcentaje responde a su volumen de PIB dentro del estado, alrededor del 18%, ni agravio comparativo como nos querían convencer. Por ello, la ministra de Fomento, Ana Pastor, afirmaba en el Senado que “Cataluña es la comunidad autónoma con mayor inversión de Fomento en el periodo 1996- 2012, que asciende a 23.856 M€”. El volumen de inversión para 2013 asciende a 1.112,7 M€, 2,6 veces la media nacional”. 

Cataluña esta recortando el 24% de todo lo recortado por las autonomías, porque el 27,7% de la deuda autonómica corresponde a Cataluña. Esto implica que la Generalitat por si sola ya habría asumido el 7,92% de todo el recorte de gasto público estatal. Existe otra porción de deuda pública que corresponde a Cataluña y es gestionada por el estado. Y contando con que Cataluña implica el 18% del PIB estatal, el 9,54% de toda el recorte de gasto público efectuado por el estado, corresponde a Cataluña. El volumen total de gasto público estatal recortado en Cataluña, bien através de la Generalitat, bien através del estado, es entonces el 17,46% del total. Pero la porción de la deuda que corresponde a Cataluña de toda la deuda pública española es el 24%. Cataluña aún sale beneficiada en el volumen de recortes que esta soportando si lo comparamos con el volumen de su deuda dentro del estado.

A pesar de la carga de demagogia que siempre acompaña a la política, especialmente desde los partidos nacionalistas, Artur Mas comienza a presentar cierta sensatez en su juego. En la misma comparecencia, textualmente explicaba:
“son cinco las razones que explican el colapso de las arcas catalanas: la recesión; el déficit fiscal, que se “arrastra”; el “lastre económico” del tripartito; el “reparto arbitrario” del déficit; y el impago de partidas que el Estado debe a Cataluña”. 

Parece que ya reconoce disponer de malas cartas. De nuevo recuerda el lastre del tripartito, y la recesión, aún culpando al gobierno por ese “reparto arbitrario del déficit” y aún reclamando todavía los 759 millones de euros comprometidos en la derogada Disposición Adicional Tercera del Estatuto, a pesar de que incluso el Sr. Homs recientemente reconociese que el estado no esta obligado a abonarla.

Paradójicamente, la partida del Sr. Mas ha sido tan mala, que ahora ruega participar en su gobierno a aquellos cuya mala gestión llevaron a la ruina a Cataluña y a él le catapultaron al poder, los partidos del tripartito ERC y PSC.

Esperemos que el Sr. Mas sepa terminar bien lo que queda de esta partida de mus. Esperemos no se deje seducir por ERC y acabe echando un órdago al juego. Contando con que ninguno de sus adversarios parecen contar con muy buenas cartas, el president aún puede obtener algún buen resultado de un modesto envite. Una mejora en el sistema de financiación, no solo para Cataluña, sino para todas las comunidades que realmente están siendo agraviadas por un injusto sistema fiscal que, manteniendo los privilegios medievales de los fueros, permiten que comunidades ricas sigan siendo receptoras netas del estado.

Y porqué no… quizás obtener algo del envite a chica. El envite no ha sido elevado, a priori una consulta no vinculante. A día de hoy ya todos queremos saber cual es la opinión de los catalanes, pocos españoles se oponen a ella.

Una consulta no debería arruinar a nadie, y el principal adversario del Sr. Mas es un gallego de apellido noble gracias al arzobispo compostelano D. Bartolomé Rajoy y Losada, gran limosnero y promotor de obras públicas. Al fin y al cabo, él también sabe de hechos diferenciales en España: es celta y habla
otra lengua. Cosas de la partida de mus española.